Las pequeñas explotaciones ganaderas representan una auténtica resistencia ante los retos a los que se enfrentan las zonas rurales. En un contexto donde las grandes corporaciones y las políticas tanto nacionales como europeas conducen a favorecer la concentración de la producción y la industrialización del sector, estas pequeñas explotaciones se mantienen como bastiones de sostenibilidad, biodiversidad y tradición. A pesar de las dificultades económicas, la burocracia y la fuerte presión fiscal, pequeñas empresas familiares como Granjas San Antonio continúan trabajando la tierra y cuidando el ganado de manera responsable, manteniendo vivas las prácticas ancestrales que han formado parte de nuestro tejido rural durante siglos.
El papel de las pequeñas explotaciones ganaderas en la economía rural
Las pequeñas explotaciones ganaderas como Granjas San Antonio juegan un papel fundamental en el sostenimiento de las economías rurales. A menudo, son el motor de muchas comunidades, generando empleo directo e indirecto, y contribuyendo a la vitalidad de las zonas más alejadas de los grandes centros urbanos. A través de la producción de carne, leche y otros productos derivados, estas explotaciones no solo abastecen los mercados locales, sino que también fomentan la diversificación de la economía, ofreciendo productos frescos y de calidad que son muy valorados por los consumidores.
Además de su importancia económica, las pequeñas explotaciones familiares desempeñan un papel crucial en la conservación del paisaje y la biodiversidad. El pastoreo y la gestión de los recursos naturales de manera sostenible contribuyen a mantener los ecosistemas locales y a combatir la despoblación rural.
Asimismo, estas explotaciones son clave para preservar tradiciones y prácticas agrícolas que han sido transmitidas de generación en generación, reforzando la identidad cultural de las comunidades rurales. En un contexto donde la globalización y la concentración de la producción agroalimentaria amenazan las economías locales, las pequeñas explotaciones ganaderas se presentan como una pieza clave para garantizar la resiliencia y sostenibilidad de las zonas rurales.

¿A qué problemas se enfrentan las pequeñas explotaciones ganaderas?
En España las pequeñas explotaciones ganaderas se enfrentan a múltiples dificultades debido a las imposiciones legales de la Unión Europea, la creciente presión fiscal y una burocracia cada vez más asfixiante. Las regulaciones comunitarias a menudo resultan excesivamente estrictas y difíciles de cumplir para los pequeños ganaderos, que carecen de los recursos y la capacidad administrativa de las grandes explotaciones. Requerimientos como los controles medioambientales, las normas de bienestar animal o las certificaciones de trazabilidad imponen un coste adicional en tiempo y dinero, que muchas veces supera las posibilidades de estas pequeñas unidades de producción.
Por otro lado, la presión fiscal es un obstáculo importante, ya que los ganaderos deben hacer frente a impuestos elevados y contribuciones sociales que incrementan el coste de producción. Esto, sumado a los precios volátiles de los productos ganaderos, dificulta la rentabilidad de las explotaciones familiares, que muchas veces tienen márgenes de beneficio muy ajustados.
La burocracia, con trámites complicados y plazos ajustados, añade una carga administrativa que distrae a los ganaderos de su actividad productiva. Todo esto contribuye a una situación de vulnerabilidad para las pequeñas explotaciones, que ven cómo su viabilidad se pone en riesgo en un entorno cada vez más desafiante.

¿El sector primario está siendo maltratado por la sociedad?
¿Por qué hasta hace poco parecían sobrar los alimentos y ahora de repente parecen faltar? El menosprecio al campo y los efectos negativos de la globalización pueden ser las causas. Para colmo muchos responsables públicos responsabilizan de la situación a los agricultores y los distribuidores. La crisis del campo parece un polvorín a punto de estallar.
«La venganza del campo» es el nombre de un ensayo escrito por el divulgador y expolítico Manuel Pimentel, que reflexiona sobre la situación actual del mundo rural y la tensión creciente entre el campo y la ciudad. Publicada en 2012, la obra presenta una especie de «distopía» en la que el campo, harto de ser ignorado y maltratado por las políticas urbanas y los intereses de las grandes corporaciones, decide tomar venganza. La trama explora cómo los habitantes de las zonas rurales, cansados de ser desplazados por el progreso y la modernización que privilegian las ciudades, se rebelan contra un sistema que los ha marginado y despojado de sus derechos.
El ensayo se desarrolla en un contexto en el que el campo, con sus recursos naturales, su riqueza cultural y su conocimiento ancestral, toma las riendas de su destino y busca recuperar lo que ha sido usurpado durante años de políticas públicas que favorecen el crecimiento urbano y el olvido de las tradiciones rurales. La «venganza» en el título no es literal, sino una metáfora de la revalorización de lo rural y la defensa de los valores tradicionales frente a un sistema que parece tener siempre la mirada puesta en las grandes ciudades.
«La venganza del campo» es una crítica a las desigualdades sociales y económicas que afectan al mundo rural, pero también un alegato en favor de la importancia de las pequeñas explotaciones, la vida en el campo y la necesidad de que las políticas se adapten mejor a las realidades y necesidades del medio rural. El autor utiliza la novela para crear conciencia sobre los retos a los que se enfrenta el campo en España y cómo la desconexión entre el mundo rural y urbano puede ser perjudicial para ambas partes.

Si nos quedamos sin alimentos, nos quedamos sin nada
Si la actividad de los agricultores y ganaderos desapareciera, el mundo se enfrentaría a una crisis inmediata y de gran escala en múltiples aspectos: alimentario, económico, social y medioambiental. Las consecuencias serían devastadoras, ya que esta actividad es fundamental para el abastecimiento de alimentos, el equilibrio ecológico y la estabilidad de muchas comunidades.

1. Crisis alimentaria global:
Los agricultores y ganaderos son los principales proveedores de alimentos. Sin ellos, no habría producción de cultivos básicos como cereales, frutas, verduras, legumbres, ni productos animales como carne, leche, huevos y derivados. La escasez de alimentos provocaría una inflación masiva en los precios, haciendo que millones de personas, especialmente en países en desarrollo, no pudieran acceder a productos básicos. Esto desencadenaría hambrunas, malnutrición y aumento de las enfermedades relacionadas con la falta de una dieta adecuada.
2. Desempleo y colapso económico:
La agricultura y la ganadería son sectores fundamentales en muchas economías locales y nacionales. Sin ellos, perderían su sustento millones de personas que trabajan directamente en estos campos, pero también afectaría a sectores relacionados como la industria alimentaria, el transporte, la distribución y los servicios rurales. Las economías rurales colapsarían, provocando una gran crisis de empleo y un aumento significativo de la pobreza.
3. Impacto social y cultural:
La desaparición de estas actividades también afectaría la estructura social de muchas comunidades, especialmente en áreas rurales donde las personas dependen de la agricultura y ganadería para su vida diaria. Además, se perderían tradiciones y saberes ancestrales que han formado parte de la identidad cultural de muchas regiones. Muchas comunidades rurales perderían su sentido de pertenencia y su conexión con la tierra.
4. Efectos ambientales devastadores:
Los agricultores y ganaderos juegan un papel fundamental en el mantenimiento de los ecosistemas. El abandono de la actividad agrícola y ganadera podría desencadenar un deterioro ambiental, como la erosión de suelos, la pérdida de biodiversidad y el aumento de incendios forestales. Además, la desaparición de las explotaciones ganaderas podría alterar el equilibrio de los paisajes rurales y agrícolas, lo que afectaría negativamente a la fauna y flora local.
5. Desconexión con la naturaleza y el ciclo de producción:
En un mundo sin agricultores ni ganaderos, la sociedad se vería aún más desconectada de los procesos naturales y productivos que permiten la creación de alimentos. La comprensión de cómo se producen los recursos esenciales sería aún más superficial, lo que incrementaría la dependencia de mercados globales y productos industrializados. Esto, además, acentuaría el desinterés por políticas agrícolas sostenibles y la pérdida de conocimiento sobre cómo cuidar y gestionar la tierra.
En conclusión, las pequeñas explotaciones familiares son fundamentales para la conservación del paisaje, el cuidado de los ecosistemas locales y la preservación de razas autóctonas que corren el riesgo de desaparecer. Además, son cruciales para frenar la despoblación rural, al generar empleo y mantener la vida en las aldeas y pequeñas localidades. Frente al avance de la globalización y la masificación de la producción, las pequeñas explotaciones ganaderas no solo son un pilar económico, sino también un símbolo de resistencia cultural y ecológica que desafía la pérdida de identidad y los modelos agrícolas insostenibles. Son, en definitiva, una pieza clave para un futuro rural más justo y equilibrado.

